El siguiente punto a favor de la introducción de conocimientos sobre el funcionamiento del cerebro en el aula son las preferencias o estrategias de aprendizaje. En la medida que cada uno sepa cómo su cerebro en particular asimila mejor la información, más provecho podrá sacar del mismo.

Existen varios modelos al respecto. El primero de ellos, y quizás el más extendido es el modelo VAK, de Bandler y Grinder, que utiliza los tres principales receptores sensoriales: visual, auditivo y kinestésico (movimiento) para determinar el estilo de cada alumno o alumna. Los estudiantes por regla general utilizan los tres estilos, pero, según este modelo, hay uno de ellos que resulta predominante. Esto no quiere decir que el estudiante aprenda de una única manera, sino que le resulta más sencillo apoyarse en ese estilo a la hora de aprender.

Esta información ayuda al alumnado, ya que puede apoyar sus estudios en un tipo de material que su cerebro va a recibir con mayor facilidad. Por ejemplo, un alumno predominantemente visual, usará más video, documentales, mapas conceptuales, un alumno predominantemente auditivo preferirá las explicaciones orales, se servirá de estudiar en voz alta y explicarle a otra persona los nuevos temas; y los kinestésicos, optarán por la realización de experimentos, de proyectos, estudian de pie moviéndose de una parte de la habitación hasta la otra.

Sin embargo, hoy en día este modelo ha perdido credibilidad al no tener una fundamentación empírica suficiente. Lo que sigue siendo cierto es que las personas utilizamos procedimientos diferentes para procesar la información que dependen de los contextos de aprendizaje y que es imprescindible adaptar las estrategias pedagógicas a la materia que ese está estudiando, ser conscientes de los conocimientos previos que tienen los alumnos sobre la misma o conocer cuáles son sus intereses personales.

Para ello el docente neuroeducativo ha de convertirse en un investigador en el aula capaz de analizar y evaluar con espíritu crítico el impacto real de sus estrategias pedagógicas en el aprendizaje de los alumnos (John Hattie, 2012).

Ejercicio físico

Otro aspecto de interés tanto para el alumnado como para el cuerpo docente es tener en cuenta el ejercicio físico. La conocida frase de Juvenal (siglos I-II dC) mens sana in corpore sano podría encajar perfectamente con los principios de la neuroeducación.

Practicar deporte o realizar algún ejercicio físico de manera regular favorece la neuroplasticidad  (formación de nuevas conexiones entre las neuronas mediante el entrenamiento o la práctica) y la neurogénesis (nacimiento y proliferación de nuevas neuronas en el cerebro) en el hipocampo facilitando la memoria a largo plazo y un aprendizaje más eficiente.

Explicar a nuestro alumnado que el cerebro es muy plástico y que nos permite realizar un aprendizaje continuo, que somos capaces de generar nuevas neuronas o que las sinapsis se pueden fortalecer al aprender algo nuevo y hacernos más inteligentes es imprescindible para hacerlos conscientes de sus posibilidades y del papel protagonista que tiene cada uno en su aprendizaje.

Además, el ejercicio físico aporta oxígeno al cerebro optimizando su funcionamiento, y genera una respuesta de los neurotransmisores noradrenalina y dopamina que intervienen en los procesos atencionales (cuando estamos distraídos los niveles de noradrenalina suelen ser bajos, mientras que la dopamina es fundamental en el control de la atención y en la potenciación a largo plazo).

El ejercicio físico mejora el estado de ánimo (la dopamina interviene en los procesos de gratificación) y reduce el temido estrés crónico que repercute tan negativamente en el proceso de aprendizaje. Los docentes, dedicando los primeros minutos de las primeras clases del curso para explicar estos aspectos, despertarían la motivación inicial y arrancarían el curso con un alumnado con mayor disposición y con mayores recursos o estrategias en el proceso de enseñanza/aprendizaje.

El ejercicio físico mejorará su predisposición física y psicológica hacia el aprendizaje.

Además, existen otras implicaciones educativas como el hecho de dedicarles el tiempo suficiente y no colocarlas al final de la jornada académica como se suele hacer normalmente. Conviene también fomentar las zonas de recreo al aire libre que permitan la actividad física voluntaria y aprovechar los descansos regulares para que el alumnado pueda moverse. Invitarlos a moverse, a desentumecerse realizando algún pequeño ejercicio. Esto, mejorará su predisposición física y psicológica hacia el aprendizaje, con mayor motivación y atención (Blakemore, 2011).

Por último, hay que añadir que junto con la práctica de ejercicio físico hay que darle mucha importancia a una adecuada hidratación, dejando que los alumnos y alumnas puedan beber agua durante las clases, a los hábitos nutricionales apropiados (una buena alimentación favorece un funcionamiento eficaz de nuestro cerebro) y a dormir las horas necesarias. Esta información es imprescindible para los docentes, para el alumnado y, por supuesto, para los padres.