La cuestión a analizar en este caso puede parecer, a priori, bastante sencilla. ¿Debemos introducir en el aula programas formativos que den a conocer al alumnado cómo funciona su cerebro en los procesos de aprendizaje escolar y también en la vida diaria? ¿Serviría de ayuda a lo  profesores actualizarse en esta materia?

Se me plantean muchas ventajas de hacerlo pero también algunos inconvenientes. Por ejemplo, ¿tendríamos que quitarle sitio a las materias clásicas? Qué diría más de un profesor o profesora si redujéramos, por ejemplo las horas de Matemáticas o de Lengua para introducir este tipo de formación. También cabría la posibilidad de introducirla dentro de la programación anual de alguna asignatura, por ejemplo Ciencias Naturales o Biología. Quizás en este caso fueran muchos menos los que se opondrían. De una manera u otra, creo que resultaría muy positivo para mejorar la calidad de vida de todos y todas.

Hoy en día está sobre la mesa el debate sobre si la metodología educativa actual está obsoleta, y son muchos los que se preguntan por qué estamos utilizando las mismas técnicas y estrategias que hace 30 años. Si la sociedad avanza, los ciudadanos también lo hacen, y por tanto, la educación de éstos debe hacerlo de igual manera. Y no solo basta con incluir en las clases ordenadores, tabletas o pizarras digitales, el cambio debe hacerse en la forma de comunicación, en los contenidos, en la arquitectura del aula, en las tareas, en los objetivos, en la evaluación, en las actitudes y en las aptitudes.

Hablemos de las ventajas. ¿Qué le aporta a un estudiante saber cómo funciona su cerebro? ¿Y al profesorado? Empecemos por las emociones. La importancia de las mismas y su relevancia en el aprendizaje. Las emociones tienen un papel imprescindible en nuestra autoestima y ésta repercute directamente en nuestra motivación. Al mismo tiempo, son fundamentales en el razonamiento y en la toma de decisiones, y como explican otros autores[1]  favorecen los procesos de memoria y el aprendizaje. Aportar información a los estudiantes sobre el sistema límbico (tálamo, hipotálamo y amígdala) les haría comprender que nuestro cerebro recordará con facilidad y aprenderá aquello que este a favor de nuestras ideas, que es significativo, que está relacionado con conocimientos anteriores, lo que se comprende con facilidad, así como lo que ejercitamos a menudo y lo que se practica con un sentido concreto, con cierta utilidad. Por otro lado, entenderán que olvidaremos fácilmente todo lo que no nos resulta significativo, lo que no podemos o sabemos unir con conocimientos previos o lo que está en contra de nuestros pensamientos, lo que no se comprende con facilidad o aquello que se memorizó hace mucho tiempo pero que hemos dejado de ejercitar[2]. Por ejemplo, sería de mucha utilidad a la hora de poder posicionarnos en posiciones opuestas a la nuestra, entender posturas enfrentadas con las que no estemos de acuerdo. Conocer que  nuestro cerebro va aprender mejor todo lo que esté a nuestro favor, nos hará darnos cuenta de que nuestras ideas no son las únicas y nos ayudará a desarrollar aspectos emocionales como la empatía o componentes ejecutivos como la flexibilidad cognitiva.

Autor: Carlos Santana Valencia

[1] Erk, S. et al. (2003): “Emotional context modulates subsequent memory effect”

[2] www.asociacioneducar.com /monografias-docente-neurociencias/